El Niño Interior: espacio sagrado

Si hay un ser en toda la Creación terrena que esté máximamente protegido es justamente el niño. Porque proteger al niño, es proteger a un Hermano y la simiente de su futura misión evolutiva.

Es difícil llevar a cabo nuestra misión en la Tierra. Como ya sabemos, olvidamos quiénes somos y qué hemos venido a hacer (forma parte de la propia misión que así sea). Por otro lado, nuestra misión tiene un triple cometido: forma parte de nuestro proceso evolutivo, en perfecta connivencia con el apoyo al proceso evolutivo de la colectividad humana que, a su vez, afecta a la vibración planetaria, luego cósmica. No es baladí. Por eso disponemos cósmicamente de toda la ayuda, externamente, de la Hermandad y sobre el terreno, desde el mismo momento de la concepción, de nuestro Guía personal. La protección del niño, en este sentido, es la protección del Hermano, de su futuro proceso y del papel que habrá de jugar en el sistema del cual ha venido a formar parte.

Desde el ámbito netamente tercerdimensional, han de ser los Hermanos reencarnados que juegan el papel, en sus misiones, como familia, profesores… etc quienes se ocupen de proteger y enseñar al Niño en el ámbito de la cotidianeidad donde se va a desenvolver. Una tarea sustancialmente trascendental. El entendimiento del mundo y de sí mismo que adquiera a lo largo de esta etapa determinará su vida adulta y por ende, permitirá, entorpecerá, diluirá o complicará el proceso evolutivo que ha venido a vivir. Gran parte de las problemáticas que vivimos en nuestras vidas tiene su origen en este punto. A fin de crear una base interior sólida y sana, la terapeuta Virginia Satir recoge los cuatro pilares fundamentales: el Niño debe ser visto, escuchado, atendido y tocado.

  • El niño debe ser visto: Es una regla fundamental que el Niño sea reconocido en todo momento. Que se le dé el lugar que le corresponde. Y que este se contemple como sacro en todo momento. El Niño nunca será ni más ni menos que cualquier otro miembro del sistema.
  • El niño debe de ser escuchado: Al igual que cualquier miembro del sistema, el Niño tiene voz propia. Y como ser individual se expresa y demanda aquello que necesita en cada momento.
  • El Niño de ser atendido: El Niño no posee de los recursos o las posibilidades de ser autosuficiente. De manera que requiere de los demás que se le cubran cuanto necesita para su desarrollo óptimo.
  • El Niño necesita ser tocado: La mayor fuente nutritiva para el desarrollo del Niño es la atención emocional: el contacto físico, el beso, la acaricia… A través de ello que el Niño se sabe reconocido/escuchado y atendido.

Es la manera en la que nos convertiremos en hombres internamente sanos, autosuficientes, amorosos, empoderados, empáticos… lo que favorecerá la conciencia.

Gran parte de las problemáticas que coartan nuestras vidas parten de la violación de alguno de estos ítems. Lo que nos lleva al siguiente nivel y a contemplar en conjunto las tres premisas que casi funcionan a modo de ley en el tema que nos ocupa. La primera ya la conocemos explícitamente.  Las otras dos nos complementan el entendimiento de la totalidad de la cuestión.

  • El Niño es sagrado.
  • El Hombre proviene del Niño.
  • El Hombre y el Niño conviven por siempre.

El Niño nunca desaparece. El concepto de “Niño Interior” no es una mera metáfora. El Niño continuará existiendo, transcurrida su etapa, integrado en el Adulto. Ocupando un espacio interno propio de rango energético pero también mental (en el inconsciente) aportando sus cualidades, pero también reclamando -el Niño reclama hasta que se le solventa- todo cuanto no haya sido resuelto en su etapa.

La madurez consiste en asumir el protagonismo del Adulto. Un protagonismo del que dependerán los aprendizajes y actuaciones en el marco de la misión de vida que tenga que llevar a cabo. Pero que también deberá  ocuparse de atender y resolver las carencias del Niño interior (en esta etapa, la familia o el entorno ya no tienen cabida en esta tarea), asumiendo la conciencia necesaria como para mantener la coexistencia de ambos. Solo si cada uno ocupa su lugar y su rango de actuación la vida fluirá sin excesivos sobresaltos.

Si el Niño sigue manteniendo, en el ámbito de sus necesidades, un protagonismo excesivo en la etapa vital que corresponde al Adulto lo paralizará por su miedo, por su indecisión, buscará reconocimiento, comprará amor, rechazará o aceptará sin más criterio que el beneficio inmediato, buscará situaciones de placer, huirá de responsabilidades o de responsabilizarse, se atenderá únicamente a él… La consecuencia será un Adulto atrapado en el protagonismo exacerbado de su campo astral (cuerpo emocional).

Si por el contrario es el Adulto quien asume el mando, amagando, rechazando o incluso intentando anular la presencia del Niño, tendríamos a la persona que no permite dar rienda suelta a las emociones, el concepto de diversión le resulta ajeno, carece de flexibilidad… Todo lo mide desde la racionalidad, la responsabilidad, el control, la conveniencia, la productividad, la polaridad (bueno o malo). En este caso tendríamos a un Adulto viviendo, por la anulación del Niño interno, desde un protagonismo excesivo de su cuerpo mental.

Y en ambos escenarios, toparíamos con personas “incompletas”. Nuestra evolución requiere de la actuación del Adulto, el actor de los procesos evolutivos. Pero sólo a través del Niño mantenemos la conexión con la Esencia, con nuestro Yo Superior y los otros planos. Sólo desde el Niño podemos vivir desde la Fe, la Humildad y la Inocencia, las manifestaciones intrínsecas del Amor Universal. Porque esa es la base esencial del Niño: Amor, Amor Amor Incondicional. Por ello, «Yo os aseguro: si no cambiáis y os hacéis como los niños, no entraréis en el Reino de los Cielos.» [Mateo 18:3]

 

Gabriel Padilla

http://www.gabrielpadilla.es

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